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Todavía –65 mayos después– en los lomeríos que «abrazan» en la Sierra Maestra a la Comandancia Rebelde en La Plata, se suele hablar con orgullo singular y un brillo en la mirada de aquel día memorable en el que una firma simbólica selló para la historia de un país uno de sus más hermosos logros: el derecho de los campesinos a ser dueños de la tierra que cultivaban.
Cuentan que esa jornada del 17 de mayo de 1959 el guateque de la campiña no nacería del canto montuno y acordes musicales, sino de los rostros agradecidos, las pupilas asombradas y hasta de las lágrimas compartidas de quienes fueron testigo del momento en el que Fidel –entonces Primer Ministro– rubricara sobre una modesta mesa, la primera Ley de Reforma Agraria.
Con ella la naciente Revolución Cubana daba una estocada final a siglos de ignominia y barbarie cometidos contra un pueblo. Se cumplía, además, una promesa del joven líder revolucionario en el juicio del Moncada, y el sueño casi utópico de un campesinado hasta entonces condenado a la pobreza extrema, y a los abusos, desalojos y muertes provocadas por la dictadura batistiana.
Qué dicha inmensa la de aquellos campesinos que tras aquel acto cargado de simbolismo recibirían luego, en sus propias manos, los títulos de legítima propiedad sobre la tierra que trabajaban.
Qué extraordinario alcance el de aquella ley que puso en beneficio directo a las familias de más de 100 000 campesinos, liquidando por demás, el latifundismo y el dominio imperialista, al anular de forma definitiva el derecho de las empresas e individuos extranjeros a poseer tierras en Cuba, salvo aquellos que fueran pequeños agricultores.
Pero aquella Reforma Agraria fue incluso más. Fue el empuje que transformó la realidad en los campos y montañas de la Isla, colocando escuelas donde antes solo había analfabetismo; consultorios en sitios en los que nunca había llegado un médico, y servicios básicos en intrincados parajes que por vez primera fueron dignificados socialmente.
La fecha devino luego en el Día del Campesino y en motivación para crear la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP), que hasta la actualidad acoge y representa a un sector que sigue siendo clave en las dinámicas productivas del país.
Por ello, no existe mejor manera de honrar la efeméride que haciendo parir la tierra, a pesar de los desafíos existentes para impulsar hoy la agricultura cubana, que en definitiva es una manera también de estimular el desarrollo de la nación.
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