[ad_1]
Recuerdo con lujo de detalles la expectativa que teníamos los pioneros de mi escuela primaria cuando se aproximaban el 28 de enero y el 19 de mayo –fechas de nacimiento y muerte de José Martí, respectivamente-. El colectivo preparaba, indistintamente, acampadas martianas hasta La Mejorara y el Mamoncillo Francés; también íbamos, con mucha más frecuencia, hasta el antiguo cuartel de caballería español (hoy Museo 29 de Abril) y el Rincón Martiano (otrora paradero del ferrocarril Sabanilla-Maroto).
Eran momentos para aprender y disfrutar, porque la maestra Isabel y la bibliotecaria Oneida, nos leían los Versos Sencillos, los cuentos de La Edad de Oro y, de manera especial, explicaban lo que había ocurrido en esos sitios. Supimos entonces que en La Mejorana -a más de nueve kilómetros de nuestro San Luis-, se reunieron los tres grandes el 5 de mayo de 1895, y que fue el lugar más próximo a Santiago de Cuba en el que estuvo Martí en vida.
También, que el obelisco ubicado en el patio del Museo indica «el lugar donde estuvo tendido por algunas horas su cuerpo el 26 de mayo, y que su singular piramidón inacabado fue concebido de manera intencional por un oficial del entonces Ejército Constitucional, Ramón Rodríguez Ramos, que a la altura del 1932 estaba convencido que la República soñada por Martí no se había logrado», tal y como describe al grupo de estudiantes de la escuela Frank País, Lisbeth Mancebo Yirat, museóloga del 29 de Abril.
Un Martí cercano y, sobre todo, vivo
Este 19 de mayo se realizarán actividades similares a aquellas que marcaron mi niñez, en plena década de los 90 de la pasada centuria. De manera especial dos grupos, cada uno integrado por 45 jóvenes, combinarán lo tradicional con iniciativas novedosas: siguiendo la ruta funeraria desde Dos Ríos hasta Santa Ifigenia se trasladará esa cantidad de estudiantes de las enseñanzas Media y Universitaria, junto a trabajadores; a la inversa (de Santa Ifigenia a Dos Ríos) lo harán combatientes del Ministerio del Interior e integrantes del Movimiento Juvenil Martiano.
«Esta no es la primera vez que participio, pero te aseguro que no será la última; es una experiencia inigualable que nos conduce al Martí que murió de cara al Sol en Dos Ríos, sin Patria pero sin amo», dijo a Granma el joven contramaestrense Juan José Torres Rosales, quien asegura ser, junto a otros contemporáneos, todo un conocedor «de los ocho kilómetros que separan a la Ciudad del Cítrico de Remanganaguas, en cuyo cementerio se le dio la primera sepultura al Apóstol de Cuba el 20 de mayo, liderada por Ximénez de Sandoval», y cumpliendo lo que ordenara el Capitán General Arsenio Martínez Campos, que la caja en que «se colocase el cadáver de Martí, fuese la más lujosa que se hallara».
En la ruta funeraria de José Martí, que incluye ocho sitios –de los que cinco ostentan la condición de Monumento Nacional y tres la de Zona de Protección-, abundan sus palabras, inscritas en piedras, en árboles y en vallas; se observan viviendas campesinas y se percibe el conocimiento que la tradición oral ha transmitido durante casi 130 años.
El sendero entre Dos Ríos (Jiaguaní, Granma) y Remanganaguas (Contramaestre, Santiago de Cuba) es angosto, y tal parece que la caravana española todavía se dirige con mucho apuro porque llevaban al Hombre que había anunciado que «no hay más que un modo de vivir después de muerto: haber sido un hombre de todos los tiempos o un hombre de su tiempo».
En aquel lugar estaba un Fuerte de dos plantas con capacidad para 24 soldados; mientras su cuerpo yacía inerte fue emitido el parte telegráfico con la noticia que conmovió hasta las huestes peninsulares, según don Emilio Bacardí el corazón y las vísceras, quedaron en aquella tierra.
Se conoce que las tropas al mando de Quintín Banderas no claudicaron en su propósito de recuperar al Prócer. Los españoles pasan por La Aduana, luego se dirigen hasta El Tamarindo y con el Teniente Coronel Manuel Michelena a la cabeza, entran a Palma Soriano.
El historiador de la Ciudad del Cauto, Manuel Oliva Sirgo, considera que accedieron cruzando por el lugar conocido como El Desvío, posteriormente subieron la calle Cuchillas hasta llegar a la Plaza de Armas -hoy Parque José Martí-, exponer el féretro y conducirlo hasta el Cuartel de Voluntarios.
Gabriela Manso, que aprendió esa historia cuando estudiaba en el Seminternado Paquito González, se la cuenta a su pequeña Valeria, «porque le llama mucho la atención el monumento de mármol que está en el centro del parque, tan majestuoso como Martí y con el que el huracán Sandy se ensañó en 2012, pero que permanece firme como sus ideas».
Al ya mencionado Mamoncillo Francés, en la zona de Hatillo, llegaron el día 26; de ahí hasta el cuartel de San Luis y, para el trayecto final, hasta el paradero del ferrocarril, «nuestro Rincón Martiano, planeado por el arquitecto Reynaldo Labrador Sánchez, inaugurado en mayo de 1962 por iniciativa de profesores y alumnos de la escuela primaria La Edad de Oro, con el apoyo personal del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz», de acuerdo con la historiadora Melba Pérez González.
Cuando los rayos del Sol casi no tocaban la tierra santiaguera llegó el tren. El lunes 27 Martí fue depositado en el nicho 134 de la Galería Sur, del cementerio Santa Ifigenia de Santiago. En tiempos de la República mediatizada, el 24 de febrero de 1907, sus restos fueron trasladados a un templete; en septiembre de 1947 los depositaron en el Retablo de los Héroes, y el 30 de junio de 1951 en el emblemático Mausoleo que mira hacia donde nace el Sol.
Enhorabuena para Cuba, el Apóstol no murió en el año de su Centenario, cuando parecía «que su memoria se extinguiría para siempre»; Martí está presente, aún más desde que Fidel, su mejor discípulo, sumó a todo el pueblo para acometer tal empeño; felizmente «vive, no ha muerto, su pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo».
[ad_2]
Source link